<<Lástima que se olvidará en seguida de mi nombre -pensó-. Debería habérselo repetido varias veces. Así, cuando hablase de mí, diría que soy Melquisedec, el rey de Salem.>>
Después miró hacia el cielo, un poco arrepentido.
<<Sé que es vanidad de vanidades, como Tú dijiste, Señor. Pero un viejo rey a veces tiene que estar orgulloso de sí mismo.>>
El alquimista. Paulo Cohelo.
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